miércoles, 1 de octubre de 2003
MUERTOS EN OFERTA
Hay algunas condiciones obligatorias de nuestra fascinante actualidad que me duelen y que no puedo negar. Me avergüenza comprobar el precio de las vidas humanas. Todo está basado en una máxima de la igualdad y libertad que proclama la humanidad, pero es falsa, no todas las vidas tienen el mismo valor. Millones de muertes anónimas pasan ante nuestros ojos continuamente sin efecto alguno en nosotros, ¿Quién nos ha enseñado? ¿Cómo nos hemos acostumbrado? Dedico todo el tiempo posible a no dejar que la sensibilidad que todavía pueda quedar en mí no se endurezca ni se pudra. Pero este tema deja al aire mi fútil crueldad disfrazada de amor por la revolución. Tenemos nuestro planeta relleno de cadáveres por doquier, putrefactos, deshechos o disueltos. Los muertos se devalúan con el tiempo. Era lo que les faltaba a los pobres, la sociedad decide lo importante que es la muerte de alguien concreto, pero, después de esto, los años continuarán enterrando la importancia impuesta de nuestro recuerdo. No me importa que todo el mundo se olvide de mí un minuto después de haberme ido para siempre, pero no debería ser así. Nadie se ha esforzado más que yo en esta vida, nadie merece un privilegio del que yo no voy a gozar. Sin rencor hacia nadie, los que ya no volverán tendrán una parcela muy exigua en mis recuerdos. Deja que los muertos entierren a sus muertos.