lunes, 5 de marzo de 2007

Amanecer muerto en un banco del parque

Es muy fácil llegar a cansarse de que a uno le hagan daño, es entonces cuando encontrar una solución segura se convierte en una obligación con uno mismo. Y la buscó, dispuesto a pagar el más alto precio, merecería la pena, no le cabía duda alguna. Se despertó en medio de una encrucijada, podía abrazarse a Madrid y respirar su aroma austero en oxígeno cada día, pero sabía que a cambio tendría que renunciar a todas las estrellas. Probablemente ni ellas, ni Madrid lamentarían en demasía su ausencia (En el raro caso de que se percataran de ella) cuando llegara el momento de partir. Pero la posibilidad de ser anónimo durante el tiempo que deseara era una oferta ilusionante. De la misma manera no obstante, sin que él lo supiera, que le haría probar el beso de Judas, cuando su dulzura metamorfoseara en crueldad, cuando su soledad dejara de ser su gran amiga para confesarse su implacable verdugo. Como una mantis que tras mostrarse generosa en amor deja ver su otra cara, quizás sea acertado decir su verdadera cara, en ese momento ataca sin piedad, como desde un principio tenía planeado. La soledad, tan necesaria y enfermera personal tantas veces, de repente deja de ser imprescindible. Pero es entonces cuando se descubre irreversible y como los pobres enganchados que duermen en el vertedero, uno se encuentra encarcelado, atrapado, comprendiéndose timado por algo o alguien. No le habían advertido cuál es el verdadero precio de ser nadie. El sólo pretendía ser feliz, minimizar riesgos, no molestar nunca a nadie... No le gustaban los problemas. Quería hacer todo más fácil: Vivir solo en un océano de gente, parecía que así tendría todo lo que necesitara. Pero vivir solo, no es vivir. Falta algo que comprendes al perder la oportunidad de alcanzarlo. Y todo es demasiado triste y demasiado grande para una persona. Nadie ignora que no puede haber un día que no tenga nuevos muertos, pero él nunca sabía en que día vivía...

1 comentario:

Liliana dijo...

Esos eran los días en que más hablaba consigo misma. Aveces lloraba y aveces las lágrimas no salían. Quizás las estrellas no la recordarán pero sigo teniendo la esperanza de que alguien sí.