(Con todo el cariño del mundo para mi amiga Alba a quien le debo la bujía de este artículo)
En cierta manera somos un tipo de esponjas muy especiales. Preparadas para acumular en ellas cualquier experiencia o dato que se les convierta en apetecible, pero que luego nunca podrían desprenderse de ellas por completo. Todo lo que un día vivimos, siempre estará en nosotros, indistintamente si fueron iniciativas buenas o malas. Tenemos la capacidad de abandonar, arrepentirnos y hasta de perdonar a otros, pero no de borrar, mucho menos en la historia de nuestra vida. En esa historia cada acción desenvuelta es irreversible. Ni siquiera olvidando por completo nuestro pasado podemos borrarlo. Es importante pensar cada decisión. Tatuamos nuestra vida y su historia con nuestras obras. Minuto tras minuto vamos completando el álbum de cromos con el que fuimos bendecidos por alguna causa que hasta hoy nadie ha podido explicar. Tal vez los cromos y su posición son inamovibles, tal vez no, y nos corresponde a nosotros decidirlos. Puede que sea mejor pensar que está en nuestra mano esa responsabilidad para, al menos, no vernos como marionetas inertes condenadas. Me gusta sentirme con la fuerza necesaria para dirigir mis actos. Sé que esto, al mismo tiempo que me hace determinante en mi vida, me convierte en culpable único de todo lo que haga diga o piense. Un destino forzado me libraría de tal acusación, no hubiera podido decidir, habría hecho lo que estaba dictado de antemamo. No creo que compense esa idea. En cierto modo es bonito tener la oportunidad de admirar los propios éxitos aunque eso también acarree avergonzarse de los errores cometidos.
lunes, 11 de julio de 2005
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