lunes, 18 de julio de 2005
CONJETURAS FREUDIANAS
Algunos pretenden hacernos creer que no es así, pero el amor y la caridad siempre residen en mayor o menor medida en cada humano. Algo diferente es que exista quien haya logrado disimularlos para procurarse así una imagen cruenta y aterradora. Todos hemos llorado de pena lo aparentemos o no. Es el retrato de lo frágil, de lo indefenso lo que hace que aflore en el hombre su verdadera naturaleza. Cuando nos topamos con algo tierno e inocente en necesidad, desde lo más profundo de todos nace la idea y la inquietud de pararnos a ayudar, (Sí, ya sé que desde luego, siempre se nos ocurre una excusa que nos autoconvence de lo impropio que sería cooperar de manera altruísta). Un anciano llorando de hambre, un cachorrillo asustado, un bebé sufriendo sin poder defenserse pueden recordar a cualquiera que posee un corazón en el interior de su pecho. Y si alguna de esas imágenes no consiguen cambiar el semblante de alguien concreto, sólo son factibles dos explicaciones: Bien se trata de alguien que no ha terminado de comprender la situación o bien estamos hablando del personaje que provocó esas atrocidades. ¿Será un sentimiento variante e inherente a la admiración por la víctimas? El dolor nos aterra, pero a la vez nos engatusa. O quizás los que sufren a nuestro alrededor desencadenen en nosotros un sentimiento maternal inexplicable. No se puede vivir del amor, pero tampoco se puede vivir sin amor. No por necesidad sino por lo inseparable que resulta a la naturaleza de estar vivos.
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