miércoles, 22 de septiembre de 2004

Pequeño ensayo sobre la ilusión.

A ella ya no le quedaban demasiadas inquietudes, se evaporaban ya las escasas aspiraciones restantes en su demacrada ilusión. Comenzó entonces a soñar en voz alta. Ahora él estaría enamorado de ella y no al contrario, no dejaba de ser sólamente una invención, pero tal vez eso sería por fin una aportación positiva a su maltrecho coranzoncito. Tras esa medida pudo apreciar que su manera de actuar era de repente alegre y vivaz. Atravesaba el mundo sembrando en cada rincón la idea de que era una mujer deseada y querida, de que le divertía poder, si lo deseara, jugar con los sentimientos de su particular Adonis. En ese estado notaba la admiración pública hacia ella, pero no dejaba de ser un sueño, algo que ella había diseñado en su mente y que, desgraciadamente ya había olvidado, no estaba al alcance de su mano realizar. Como el niño que ha falsificado sus notas del colegio para evitar el castigo paterno. Había colocado un "sobresaliente" en todas las casillas planificando que, quizás, a parte de librarse de su condena obtendría algún premio.
Pero aunque la ilusión puede quitar el hambre, nunca alimenta. De manera que todos "los castillos" que había construído en el aire alcanzaron inexorables su hora límite, la hora de chocar contra la realidad. Y en ese momento pudo ver que su estado no había mejorado en absoluto después de todo el tiempo viviendo en su pequeño universo artificial y ficticio, sino que más bien al contrario. Y se encontró tirada en la arena, mirando el sol, como algún condenado en una "milla verde" personal e intransferible, aguardando pacientemente, sin ninguna prisa, la única liberación posible del fatídico corredor. Así que decidió no soñar nunca más, limitarse a esperar aquello que no puede evitar y que sin duda llegaría... Hasta que llegó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

un sincero WOW... de la "princesa" que ya no cree en los cuentos de hadas...