martes, 30 de octubre de 2007
LEJOS DE CASA
Esta mañana he podido ver de pasada una situación que me ha dado que pensar. Un muchacho africano que no creo que alcanzara los treinta años. Estaba rebuscando entre la basura algo para comer con casi medio cuerpo dentro del contenedor. Su ropa era andrajosa y todo indicaba que últimamente no estaba nadando en la abundancia. Eso me invitó a preguntarme qué le habría llevado hasta aquí y si estaría peor antes de venir a una cultura diferente tan maravillosa. Pensé en las cantidades económicas que les exigen las mafias por entrar en un nuevo país en el que la vida es perfecta, y en el impacto recibido al comprobar la realidad. No es sólo un problema derivado de la credulidad, yo lo veo también como otra contraindicación de la miseria. Cuando te encuentras hundido en la necesidad extrema es muy sencillo creer en todas las promesas que puedan llegar a cruzarse, por lo que no faltan desaprensivos que lo saben y encuentran ahí un filón personal en el que cimentar su negocio. Algo así como alguna de esas que anda a la caza de un millonario al que engatusan, le hacen creerse atractivo y encantador, teniendo muy claro que llegado el momento oportuno, sin ningún tipo de pudor ni escrúpulos se desenmascararán; duela a quien duela, llore quien llore. La vida no es tan cruel, crueles son la ilusión y el optimismo.
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