lunes, 25 de octubre de 2004

APRENDIENDO A ESCRIBIR

Pienso en si resultaría atractivo lo que escribo, aunque sólo fuera en un aspecto remoto, si lo hiciera de una manera más personal y concreta basada en mí mismo y en situaciones narradas de una forma menos misteriosa y no en parábolas o en metáforas que muy pocos pueden acercarse a resolver o comprender. Durante mucho tiempo me he dedicado a leer lo que algunos escribían alegremente expresando lo que veían o sentían, algunos de forma lamentable otros de forma magistral. Exteriorizar escribiendo sucesos y sentimientos profundos propios es algo que todo el mundo pretende dominar. A mí también me gustaría hacer de estas líneas no una idea independiente flotando en el aire, sino un pequeño diario lleno de secretos inconfesables y de logros infravalorados por el resto del planeta. Pero... ¿Para qué engañarnos? Cuando alguien escribe sobre uno mismo añade muchos más adornos de los que cabe imaginar y mantiene ocultos, enterrados en el silencio, bastantes detalles desfavorecedores. No se trata de poner en duda ahora la credibilidad de todos los escritores de todos los tiempos, más bien intento decir que cuando consiste en abrir el alma y decirlo todo, absolutamente todo, siempre nos puede el idealismo y la vergüenza, por muy íntegros que seamos. A mi parecer no es interesante una autobiografía, si acaso sólo para conocer como le hubiera gustado ser o actuar al escritor, pero nunca para averiguar como se desarrollaron exactamente los hechos y sentimientos. En ese tipo de historias, lo firmado como hechos reales están cargados de fantasía de ensueño en una dósis que el autor exclusivamente conoce. Por eso, si alguna vez en mi vida yo pudiera lograr algo que llegara a merecer ser recordado, pido a Dios que por favor alguien lo relate por mí.

martes, 19 de octubre de 2004

NOS SOBRAN TEÓLOGOS

No puedo evitar de ninguna manera que me embargue la curiosidad al escuchar sobre la actitud mantenida por los ermitaños que les hace creerse solucionadores de las carencias que nuestra sociedad a día de hoy desborda. Me gustaría poder acceder al secreto que hace que alguien en un estado de clausura máximo participe mínimamente en la regeneración de nuestras lacras comunitarias. Ya me valdría si me pudieran demostrar que son capaces de influenciar, aunque fuera negativamente, desde su místico escondite. Pero ellos se mantienen en la sombra actuando de manera que hace pensar a todos los que están a su alrededor que la solución que ellos aportan es la más factible o la única viable. No dudo de que la mentalización o equilibrio espiritual tengan un papel importante a la hora de comenzar a cambiar un mundo en el que no faltan aspectos que mejorar. Pero tal vez no sea la herramienta más práctica a la que tenemos acceso. Además confío en que el poder mantener a un buen nivel esos aspectos místicos no es de ninguna manera incompatible con arrimar el hombro y partirse alguna uña en asignaturas más materiales. A la hora de la verdad no me parece de mayor relevancia el que medita u ora en favor de que se encienda una luz, que el que se pasa para apretar el interruptor.

jueves, 14 de octubre de 2004

GUERRA

¿Dónde termina una guerra? Deja de pensar, ya te lo digo yo, en la muerte, en la muerte de alguien. No estoy hablando de un individuo concreto, que sí que suelen perecer a montones en la disputa, sino de uno de los bandos. No existen guerras con empate y si tú puedes decirme que una de ellas se finalizó en tablas yo no tendré más remedio que hacerte ver que esa guerra todavía no ha terminado. Cuando el vencedor está saboreando su victoria sigue preguntándose de qué manera podría señorearse todavía más sobre su víctima. Cuando el vencido está siendo consciente de su amarga derrota no deja de planear la manera de zafarse y dar la vuelta a la tortilla, (bastante digna posición). De forma que a la vez que uno conspira para cambiar su situación el otro maquina la manera de aumentar el escarnio. Cuando la guerra se hace un sitio entre dos bandos, no desaparece sin desembocar en la muerte. Alguno al leer esto pensará en Napoleon o en Rommel, no hace falta ir tan allá. Hay muchas más guerras que las de los generales y hay muchas más víctimas que las de las lápidas.

miércoles, 6 de octubre de 2004

EL HOMBRE MÁS FUERTE DEL MUNDO

Clint Eastwood no me convenció de verdad de que era un tipo duro hasta que vi "Los puentes de Madison" y no tras representar numerosas veces a policías y pistoleros sin escrúpulos. Hace unos días como contenido de un programa de televisión, que cuyo nombre ahora no acierto a recordar, pude ser testigo de una llamativa competición denominada "El hombre más fuerte del mundo". Nada más alejado de mi imagen de hombre fuerte. Desde la primera hasta la última de las pruebas me decepcionaron muy hondamente: Todas y cada una de ellas resultaron meros exámenes físicos tratando de medir la capacidad muscular de cada participante. Como si eso pudiera llegar a despertar algún tipo de interés a parte del morbo y la burda curiosidad animal. Levantar pesos, arrastrar cargas, mediciones de potencia física, no obstante ni una sola intención de calibrar el coraje o la capacidad de soportar verdaderos contratiempos. Algo así como si pretendieran declarar que Golliat superaría en fuerza a Gandhi... ¿En qué cabeza cabe tal idea? Yo no me he sentido más fuerte tras haber conseguido hacer el mayor número de flexiones que después de haber afrontado la muerte logrando esquivarla al menos por el momento. No sé yo la prioridad que puede tener el lanzar más lejos una piedra por encima de ser capaz de lidiar con el dolor o una díficil esperanza de futuro. Quizás un día me líe la manta a la cabeza y rete públicamente a ese "hombre más fuerte del mundo" con mis propias pruebas y... tal vez le derrote.

martes, 5 de octubre de 2004

PROBLEMAS

La plaza de aparcamiento destinada a la desgracia en nuestra existencia no tiene lugar o al menos así es como debemos mentalizarnos. De esta manera es interesante no sólamente negarle aquel derecho sino incluso prohibirle cualquier tipo de estacionamiento cerca nuestra. Porque si bien puede resultar por completo imposible evitar el que se cruce en nuestra senda algún contratiempo, está siempre en nuestra mano el restringirle la posibilidad de asentarse en nuestro entorno. Como reza un popular refrán español: "No hay mal que cien años dure", instalarse en la queja y la llantina no es otra cosa que ponerle sal a las anchoas, y lejos de ser una reparación desemboca en una una medida inútil. Todos nos hemos encontrado en algun momento en dicha posición, y yo, personalmente, no he podido encontrar una salida diferente a la de afrontar el problema tras reconocerlo, y que comprender que "Un problema que no tiene solución, no es un problema". En los casos restantes a este último todos sabemos que hasta el más duro y cruel invierno termina siempre capitulando ante la dulce primavera.