sábado, 14 de agosto de 2004

EL JUGADOR

Me gustaría ser capaz de renunciar a mi competitividad cada vez que encontrara que esta pudiera llegar a tornar en algo peligroso o contraproducente. Pero resulta que la competitividad, o al menos que la que yo sufro a veces, pasa de ser un don a convertirse en un defecto devastador que difícilmente logro mantener bajo mi control o voluntad, y todo ello sin previo aviso. Nuestras ganas de ser el mejor terminan frecuentemente por convertirnos en esclavos suyos, llegándo no solo a hacernos renunciar a la humanidad y compasión, sino que también provoca que nos olvidemos de ser racionales, cayendo así en una vorágine de complicada solución. Es inexplicable, aunque vemos la trampa, caemos en ella, nos convertimos en robots y en esclavos de la competitividad sin darnos cuenta hasta que ya es demasiado tarde como para poder poner punto y final al embrollo. Una de mis afirmaciones preferidas de Ovidio dice: "Para ganar, el jugador no cesa nunca de perder". Me cuesta trabajo admitir mi estupidez, pero a veces es tan evidente...

1 comentario:

Anónima dijo...

Realmente buenos tus últimos dos post.
(los otros no los he leido el verano me produce pereza)
Salu2