sábado, 17 de enero de 2004
VANOS RECUERDOS
Una vez cometí el tremendo error de subestimar el poder de los recuerdos, y sin saber si estos cuentan con los medios necesarios para herirme, muchas veces pienso que los más pesados y tristes se conjuran demasiadas tardes para vengarse del pobre imprudente que los ignoró cubierto de soberbia. Cada recuerdo, como una piedra en el zapato imposible de quitar, hace su hueco y se vuelve inamovible, con mayor peso cuanto menos agradables son, expectantes al instante de flaqueza, armados peligrosa y mortalmente, sin piedad alguna en el momento clave. Siempre nos quedará la oportunidad de contrarrestarlos con las fotografías y las cartas, la única manera de plasmar un minuto inovidablemente grato. Los recuerdos dulces se conservan muy amenudo en papel, los amargos son autosuficientes y se adaptan a cualquier medio para sobrevivir. A veces me pregunto si prefiero que la gente guarde de mí la imagen de alguien que les ayudó y fue amable, sé que pensarán en mí más veces si me porto de manera cruel y despiadada. No sé por qué la gente que quiero, con la que me esfuerzo en ser bueno, me entierran con tanta facilidad...