viernes, 20 de julio de 2007
AMAR LA IGNORANCIA
Ayer, mientras daba un paseo, no pude evitar fijarme en un pequeño cachorro que no paraba de oler, mordisquear y analizar todo lo que había a su alrededor. Hambriento por saber. Como si le doliera la necesidad de cubrir su desconocimiento con experiencias y datos. Y de alguna manera me sentí identificado con esa actitud. Es la reacción que la curiosidad desata, inherente a la naturaleza humana. Aunque haya quien opine que nos sobra información (Hay un dicho popular que afirma: "Ojos que no ven, corazón que no siente"); esa es la solución que muchos aplican a situaciones que o bien no están capacitados para mejorar o simplemente no les resultarían interesantes sus consecuencias. Situaciones impopulares, incómodas o como las quieran llamar. Echar la vista a un lado y hasta incluso enterrar datos para ayudar así a sembrar la ignorancia ajena. Una escapatoria efectiva y económica. Pero quizás es precisamente ese el sentido de seguir viviendo: Conocer, saber, experimentar; analizando, disfrutando o alcanzando el sufrimiento; tal vez para recordar más adelante con cariño cuando nuestras posibilidades físicas no nos permitan hacer otra cosa mejor. "O fortunatos nimium, sua si bona norint, agricolas," rezaba Virgilio. Es verdad que cuantas más cosas sepamos, más preocupaciones cosecharemos, pero ¿Qué otro aliciente tiene estar aquí?
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