A ella ya no le quedaban demasiadas inquietudes, se evaporaban ya las escasas aspiraciones restantes en su demacrada ilusión. Comenzó entonces a soñar en voz alta. Ahora él estaría enamorado de ella y no al contrario, no dejaba de ser sólamente una invención, pero tal vez eso sería por fin una aportación positiva a su maltrecho coranzoncito. Tras esa medida pudo apreciar que su manera de actuar era de repente alegre y vivaz. Atravesaba el mundo sembrando en cada rincón la idea de que era una mujer deseada y querida, de que le divertía poder, si lo deseara, jugar con los sentimientos de su particular Adonis. En ese estado notaba la admiración pública hacia ella, pero no dejaba de ser un sueño, algo que ella había diseñado en su mente y que, desgraciadamente ya había olvidado, no estaba al alcance de su mano realizar. Como el niño que ha falsificado sus notas del colegio para evitar el castigo paterno. Había colocado un "sobresaliente" en todas las casillas planificando que, quizás, a parte de librarse de su condena obtendría algún premio.
Pero aunque la ilusión puede quitar el hambre, nunca alimenta. De manera que todos "los castillos" que había construído en el aire alcanzaron inexorables su hora límite, la hora de chocar contra la realidad. Y en ese momento pudo ver que su estado no había mejorado en absoluto después de todo el tiempo viviendo en su pequeño universo artificial y ficticio, sino que más bien al contrario. Y se encontró tirada en la arena, mirando el sol, como algún condenado en una "milla verde" personal e intransferible, aguardando pacientemente, sin ninguna prisa, la única liberación posible del fatídico corredor. Así que decidió no soñar nunca más, limitarse a esperar aquello que no puede evitar y que sin duda llegaría... Hasta que llegó.
miércoles, 22 de septiembre de 2004
jueves, 16 de septiembre de 2004
POR LA ESPALDA
El golpe más doloroso y difícil de encajar no es el que haya sido impartido con mayor fuerza bruta o potencia, carece de importancia lo afilada que pudiera estar el arma homicida, ni si quiera el oficio o saña del agresor contienen la más mínima relevancia. Despues de vivirlo en primera persona me creo en situación favorable para poder aseverar que la peor herida es aquella que se sufre cuando ésta viene a uno estando desprevenido, la que de ninguna manera cabía esperar, la que llegó fuera de lugar. Sobre todo es aquella que te aporta esa persona que nunca hubieras llegado a pensar que lo hiciera, quien creías abocado a ser tu cómplice y protector pero que finalmente resultó un implacable verdugo. Esa, esa siempre se convierte en la peor llaga, porque con toda probabilidad será la que más tiempo demore en cicatrizar. Por eso digo que, si de verdad te apetece hacer daño a alguien, a nadie harás sufrir un dolor más profundo, miserable y devastador que a los que te quieren y confían en ti. Y puestos a hacer llorar a los que te rodean, recuerda: La mentira más dañina que una persona puede decir a otra es "te quiero" cuando no es cierto.
miércoles, 8 de septiembre de 2004
NO SE PUEDE SER ASCETA
Puedo parecer un loco sin sentido si declaro mi oculto deseo de exteriorizar al mundo mi vocación anacoreta. Poder levantarme a diario con la posibilidad de olvidar todo compromiso y atadura no corriendo riesgo alguno. Enfocar todo mi afán no a lo que se consume y desgasta, sino a aquello que de veras merece la pena; aunque ya me gustaría a mí saber que es lo que de verdad merece la pena. Quiero decir dejar de preocuparme por lo que a todos nos amarga siempre, y que finalmente encontramos que no se había hecho acreedor a tanta atención, dar un giro radical, lo que puede ser el sueño universal de todos, el sueño que nadie admite y por el que nadie lucha. No una vida en anarquía pero sí en armonía, en armonía con mis sueños y no con mis miedos. Una catarsis psíquica que me libere de mi condición acomodada, de manera que no sólo pueda vivir libre, pero también vivir feliz lejos del temor, justo lo contrario de lo que dictan los parametros generales de mi entorno. Me gustaría poder olvidarme de que hoy en día ya nada es gratis, de que a veces ya ni siquiera pelear es suficiente para salir adelante y que es obligatorio añadir una pequeña dosis de pillería para poder competir. En el mundo que hemos creado jugar limpio es una autopista hacia la derrota.
viernes, 3 de septiembre de 2004
EL JUGADOR II
(...Continuando)
Carezco de las condiciones básicas necesarias para poder hacer frente a esa sangrienta adicción a la lucha, Sin tener la menor importancia si se trata de una lucha justa o de si la batalla está ya perdida incluso antes de comenzar a dirimirla. Cuando uno comienza a participar en esa guerra, es como si encendiera un piloto automático maligno. Un piloto automático que no te permite de ninguna manera volver a tomar el mando hasta que no has llegado al destino, el cual la mayoría de las veces no es el lugar que habíamos planeado antes de perder el control. Somos testigos de primera fila de cómo nos convertimos en autores de salvajadas impropias de todo lo que habíamos construído antes. Lanzamos discursos ridículos y absurdos para no admitir que nos hemos confundido otra vez. Podemos llegar a abandonar a cualquiera, a la persona más importante del mundo para nosotros si es posible, si eso significa dar un paso atrás o aceptar cada uno de los errores que hemos cometido. Nuestra cabezonería es tal, que a veces seríamos capaces de volver a crucificar a Cristo para no tener que pedirle perdón por nuestros actos.
Carezco de las condiciones básicas necesarias para poder hacer frente a esa sangrienta adicción a la lucha, Sin tener la menor importancia si se trata de una lucha justa o de si la batalla está ya perdida incluso antes de comenzar a dirimirla. Cuando uno comienza a participar en esa guerra, es como si encendiera un piloto automático maligno. Un piloto automático que no te permite de ninguna manera volver a tomar el mando hasta que no has llegado al destino, el cual la mayoría de las veces no es el lugar que habíamos planeado antes de perder el control. Somos testigos de primera fila de cómo nos convertimos en autores de salvajadas impropias de todo lo que habíamos construído antes. Lanzamos discursos ridículos y absurdos para no admitir que nos hemos confundido otra vez. Podemos llegar a abandonar a cualquiera, a la persona más importante del mundo para nosotros si es posible, si eso significa dar un paso atrás o aceptar cada uno de los errores que hemos cometido. Nuestra cabezonería es tal, que a veces seríamos capaces de volver a crucificar a Cristo para no tener que pedirle perdón por nuestros actos.
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