jueves, 11 de mayo de 2006

Muerte, sin pena ( II )

Por muy sensible que pueda llegar a ser una persona, el hábito puede terminar por neutralizar esa sensibilidad. Él se había dado cuenta hace mucho tiempo. Llevaba demasiadas ejecuciones a sus espaldas, ya no resultaban tan difíciles como al principio. Ahora solamente eran parte de su trabajo, al fin y al cabo alguien tenía que hacerlo, además teniendo en cuenta lo bien pagado que estaba el hecho y lo profesional que él era no tenía ningún problema en continuar con su tétrica misión. Hizo un repaso a su indumentaria, quería estar perfectamente elegante, para él era algo importante. Le gustaba su imagen de hombre frío y seguro de sí mismo, así que sonrió frente al espejo justo antes de hacer entrada en la sala. Se situó en el interior de la cabina esperando con paciencia y estilo al condenado. Llegó puntual. Sin prestarle demasiada atención le hizo tomar asiento y le ajustó las correas, muy mecánico, como un robot. Salió de la cabina esperando, de nuevo con paciencia, la orden de ejecución. Un gesto del alcaide con la mano le bastó, inmediatamente con un golpe seco activó el mecanismo. ahora sólo faltaban cinco minutos, lo sabía de memoría, cinco largos minutos manteniendo la compostura y nada más. Todo estaba en silencio. Él, junto a la cabina, estaba situado frente a los asistentes que miraban con curiosidad y odio. Ya quedaba poco para que se marcharan, así que para entretenerse empezó a pensar en la lasagna que luego le esperaba en casa...

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