lunes, 15 de mayo de 2006

Pena del muerto ( III )

...Si ahora se pudiera volver hacia atrás y corregir, todo sería diferente. ¿Quién iba a imaginar que aquella locura iba a terminar así? Nadie hubiera querido que esto sucediera. Miró su vestimenta naranja, le hizo gracia su apariencia, pero ni siquiera sonrió. Tenía miedo de que el alguacil entrara a por él para que diera su último paseo, pero al mismo tiempo deseaba que sucediera de una vez. Los minutos goteaban lentamente, del modo más doloroso que se puede imaginar.
Llegó el momento, bien custodiado cruzó la puerta, y observó durante un segundo su próximo asiento, el asiento final. Tomó su lugar y evitó cruzar la mirada con nadie, era consciente de que estaba en el sitio que merecía, se avergonzaba de lo que había hecho y estaba dispuesto a aceptar la sentencia que se le había asignado. Alguien leyó un escrito, probablemente en referencia a él mismo y lo que le acontecería de seguido, no importa, no le estaba prestando atención ninguna. Parecía que ya no estaba allí, no porque estuviera actuando con orgullo, más bien porque no era capaz de afrontar lo que tenía ante él. Sólo era un método de defensa. Por un segundo se paró a pensar si de verdad había sido él mismo el verdadero culpable del crimen, si no le habrían convencido de algo que no había hecho. Estaba asustado, quería que alguien le abrazara y le protegiera. Se había prometido que iba a hacer todo lo posible para evitarse una escena de lágrimas, pero se notaba demasiado en sus ojos que solamente era un hombre que quería llorar.

jueves, 11 de mayo de 2006

Muerte, sin pena ( II )

Por muy sensible que pueda llegar a ser una persona, el hábito puede terminar por neutralizar esa sensibilidad. Él se había dado cuenta hace mucho tiempo. Llevaba demasiadas ejecuciones a sus espaldas, ya no resultaban tan difíciles como al principio. Ahora solamente eran parte de su trabajo, al fin y al cabo alguien tenía que hacerlo, además teniendo en cuenta lo bien pagado que estaba el hecho y lo profesional que él era no tenía ningún problema en continuar con su tétrica misión. Hizo un repaso a su indumentaria, quería estar perfectamente elegante, para él era algo importante. Le gustaba su imagen de hombre frío y seguro de sí mismo, así que sonrió frente al espejo justo antes de hacer entrada en la sala. Se situó en el interior de la cabina esperando con paciencia y estilo al condenado. Llegó puntual. Sin prestarle demasiada atención le hizo tomar asiento y le ajustó las correas, muy mecánico, como un robot. Salió de la cabina esperando, de nuevo con paciencia, la orden de ejecución. Un gesto del alcaide con la mano le bastó, inmediatamente con un golpe seco activó el mecanismo. ahora sólo faltaban cinco minutos, lo sabía de memoría, cinco largos minutos manteniendo la compostura y nada más. Todo estaba en silencio. Él, junto a la cabina, estaba situado frente a los asistentes que miraban con curiosidad y odio. Ya quedaba poco para que se marcharan, así que para entretenerse empezó a pensar en la lasagna que luego le esperaba en casa...

miércoles, 10 de mayo de 2006

Pena de muerte ( I )

De alguna manera le odiaba. Ese miserable había terminado con la historia de amor más increible que ella hubiera podido protagonizar. A través del cristal miró a sus ojos, carentes de mensaje. Intentaba juzgarle, acusarle, hacerle daño, que se sintiera como basura. Pero ya nada le afectaba, le quedaba tan poco...! Quería ser cruel con el condenado, pero ella no era esa clase de persona y ahora le veía indefenso, temeroso y perdido. Ya no se parecía a aquel desalmado, ahora recordaba a un pobre niño abandonado. Ella quiso darle sentido a la situación y repasó mentalmente los hechos: Se estaba actuando con justicia, él no se merecía que le compadeciese. Ese criminal no presentó síntoma alguno de clemencia mientras que clavaba repetidamente el puñal en el hombre de su vida, el hombre que ya no volverá y que probablemente nadie podrá suplantar jamás. ¿Qué otra cosa merecía? Tiene que morir, así lo dice la ley; aunque no podía terminar de convencerse a sí misma. Agarró muy fuerte la mano de su madre, su querida mamá, como queriendo mostrar así que se sentía satisfecha con lo que estaba viendo. Su mamá sí que parecía disfrutar con el espectáculo. Así que procuro permanecer ausente para no emocionarse de manera demasiado obvia mientras que ese pobre infeliz se apagaba poco a poco, hasta que cerró los ojos. Entonces, sin esperar un segundo se levantó y salió de la sala. Así aparentaría que era lo único que quería ver, a él muerto. Justo mientras que atravesaba la puerta hizo un pequeño balance de lo que había cambiado ahora: Nada, nada se había solucionado con la ejecución.